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Animus Ludicus

Legítima defensa

Un joven abogado abrió su oficina en un pueblo. El mismo día de la apertura, apareció el primer cliente. Un viejito de carriel y ruana, muy limpio.

- Doctor, necesito sus servicios profesionales.
- Hombre, siéntese y cuénteme.
- Pues, verá, doctor. Fue que maté un tipo.
- Tranquilo, hay cosas peores. Cuénteme más.
- Pues, verá, doctor, era un mal vecino, yo lo odiaba, durante varios meses lo estuve atisbando, me conseguí una escopeta y lo maté.
- Bueno, eso complica el asunto: premeditación y alevosía. Agraventes.
- Doctor, como lo odiaba tanto, le quemé la casa, le maté los marranos y le hice todos los daños que pude.
- Hombre, esto nos complica más el caso: incendio, daño en cosa ajena y sevicia. Veo el caso muy grave.
- Doctor, para terminar, quiero contarle que yo tenía una tierrita y la vendía para pagarle sus servicios.
- Qué bien, hombre. ¿Y cuánto le dieron por la finca?
- 500.000 pesos, doctor.
- ¿Y dónde los tiene?
- Aquí en el carriel, doctor.

En ese momento, el joven abogado abrazó a su cliente y exclamó:

- !Queda configurada la legítima defensa!

(Tomado de La picaresca judicial en Colombia, Vicente Pérez Silva, Ediciones Jurídicas Gustavo Ibáñez) 

[Leído en Ambito Juridico, editado por Legis, Colombia, Año X - No. 219]

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